Cristóbal y Van Gogh: del testimonio a la revelación. Por Jesús Rubio Jiménez

La pintura del holandés Vincent Van Gogh forma hoy parte de la vida cotidiana de cualquier ciudadano occidental. Y no solo la pintura sino la vida del artista enaltecida por su miseria y por su final trágico forman parte del imaginario actual más común. Películas como El loco del pelo rojo y documentales la han llevado hasta los rincones de los hogares junto con la multiplicación inabarcable de las reproducciones de sus pinturas convertidas, además, en numerosas ocasiones en objetos cotidianos y en instrumentos publicitarios. Tal vez ningún otro pintor encarna mejor por ello hoy la leyenda del artista maldito: muerto prematuramente y sin que sus cuadros se hubieran apreciado, pero después recuperado y enaltecido.

Como es sabido, a su intento de suicidio el 27 de julio de 1890 disparándose en el pecho y muriendo dos días después siguió apenas unos meses después la muerte de su hermano Théo el 25 de enero de 1891 y de no haber sido por la tenacidad de su cuñada Johanna Van Gogh-Bonger, que publicó su correspondencia en 1914 y fue dando visibilidad a su pintura exponiendo 71 cuadros en París en 1901 y 473 obras en Amsterdam en 1905, Vincent Van Gogh se hubiera esfumado en el abismo sin fondo del olvido. Por fortuna no fue así y hoy, insisto, representa como pocos la leyenda del artista genial moderno y su pintura cuenta con un aprecio universal.

Van Gogh. Campo de trigos con cuervos (julio de 1890).

Cuando Cristóbal comenzó a formarse como pintor no ocurría todavía así. Se había cimentado la celebridad del artista entre los amantes del arte, pero todavía no se había producido su difusión masiva internacional. Además, en países como España frenaba su recepción la autarquía económica y cultural de la posguerra, aunque no hasta el punto de impermeabilizarla del mundo exterior como hubiera sido el deseo de los más reaccionarios.

Van Gogh. Paisaje con olivos (1889)

Cristóbal recordó en alguna ocasión que fue su maestro Miguel Pérez Aguilera quien en clase les enseñó algunas láminas con obras de Van Gogh mientras estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, produciéndoles a aquellos muchachos un verdadero asombro aquellas pinturas. Habituados como estamos actualmente al acceso inmediato y sin límites a un caudal casi infinito de imágenes es hasta difícil comprender que unas modestas láminas pudieran llamar tanto la atención y provocaran un deseo enorme de conocer más y mejor la obra del artista holandés.

Miguel Pérez Aguilera. Rubilla. Óleo (1951). «Es Premio Nacional de Pintura. Era una niña de la Plaza de Argüelles. Me quedé con el cuadro en vez del dinero del premio…»

Leyó entonces Cristóbal con fruición la traducción de las cartas del pintor a su hermano Théo –las limitadas ediciones que de ellas circulaban entonces- y el hecho es que ya en una de sus primeras exposiciones populares –en Cuevas del Becerro– recurrió a unas frases del pintor holandés para apuntalar el discurso crítico que pretendía que acompañara, clarificándolos a sus grabados: “Estos cuadros te dirán lo que no soy capaz de expresar en palabras: aquello que, a mis ojos, tiene el campo de saludable y reconfortante.”

Cristóbal. El cántaro. Xilografía (1967). Este grabado figuraba en la portada del díptico de la exposición en Cuevas del Becerro.

La cita iba acompañada de otras de Beethoven y Romain Rolland. Un breve fragmento de “Hoja de álbum” (1792) del primero: “Hacer todo el bien posible, amar la Libertad sobre todas las cosas, y, aun cuando fuera por un trono, nunca traicionar a la Verdad.” Y de Rolland unas frases de su “Prólogo a las vidas de hombres ilustres” donde el escritor francés desplazaba la atención sobre el heroísmo de los grandes hombres hacia los hombres comunes, fundando su grandeza en la bondad del corazón: “No llamo héroes a los que triunfaron por el pensamiento o por la fuerza, sino a los que fueron grandes de corazón…”

Acudiendo a citas de grandes hombres era más fácil lanzar mensajes sin provocar las suspicacias de los censores y fundamentando de paso la propia tradición, aquella en la que el artista quería insertase. Ahí quedan esas frases como testigos de un temprano conocimiento del pintor con quien se identificaba en su voluntad de representar lo que veía con verdad. Eran los años de estricta militancia en Estampa Popular y el compromiso con los más desvalidos marcaba con sello indeleble todas sus indagaciones plásticas para llevar a cabo la representación de las condiciones de vida de las gentes más humildes.

Cristóbal. En el tajo. Linóleo (1961)

Inevitablemente hay que pensar en las primeras pinturas del pintor holandés con su crudo realismo, nacido de un conocimiento directo de las condiciones de vida de aquellas gentes entre las cuales ejerció como pastor hasta que fue despedido porque sus predicaciones no se ajustaban en su contenido a las indicaciones de contención social que le llegaban de sus superiores. La estancia de Van Gogh entre los mineros y los campesinos fue decisiva en la configuración de una parte de su pensamiento y de su pintura. Dejó marcas indelebles en el epistolario dirigido a su hermano que tantas claves ofrece para la comprensión de cómo se fue configurando su mundo.

Van Gogh. Los comedores de patatas (1885)

Un cuadro alcanzó especial relevancia y puede sintetizar aquella etapa: Los comedores de patatas (1885). Mientras realizaba esta pintura le escribió a su hermano desde Nuenen: “sé muy bien cuáles son los artistas verdaderos y originales, alrededor de los cuales girarán, como si fueran el eje, los paisajistas y los pintores de aldeanos: Delacroix, Millet, Corot y los demás.” (184) En ellos encontraba los principios o verdades fundamentales tanto para el dibujo como para el color de estos asuntos, necesitados de verdad en su representación: ciertas formas redondeadas en el dibujo, los tonos neutros en el color… Estaba trabajando entonces ilusionado en aquella pintura “de esas personas comiendo patatas”, que confiaba en que iba a salir bien y también al aire libre pintando “una puesta de sol roja”. Y le comentaba a Théo:

Para pintar la vida del aldeano hay que ser maestro en muchos temas. ¡Qué bien está esto, a propósito de los personajes de Millet!, ¡su aldeano parece pintado con la tierra que siembra! Qué exacto y verdadero es esto. Y qué importante es poder hacer en la paleta estos colores que nadie sabe nombrar y que forman la base de todo. (185-186)

Su preocupación con aquella pintura era que se transmitiera su verdad honestamente dejando constancia del vivir de aquellas gentes:

He querido dedicarme conscientemente a expresar la idea de que esa gente que, bajo la lámpara, come sus patatas con las manos que meten en el plato, ha trabajado también la tierra, y que mi cuadro exalta, pues, el trabajo manual y el alimento que ellos mismos se han ganado tan honestamente.

He querido que haga pensar en una manera de vivir completamente distinta a las personas civilizadas. Así, pues, no deseo en lo más mínimo que nadie lo encuentre ni siquiera bello ni bueno.

[…] Y bien podría suceder que esto fuera una verdadera pintura de aldeanos. Yo sé que es así. Pero al que prefiera ver aldeanos almibarados, que pase de largo. Por mi parte, estoy convencido de que a la larga se obtienen mejores resultados pintándolos con toda su rudeza que dándoles un primor convencional.

Con falda y su camisa azules, cubiertas de polvo y remendadas, y que bajo el efecto del tiempo, del viento y del sol, han tomado los más delicados matices, una muchacha de una granja es, a mi parecer, más hermosa que una dama; que se vista como una señora y todo lo que hay en ella de verdadero desaparecerá.

Un aldeano es más bello entre los campos, con su traje de fustán, que cuando va a la iglesia el domingo, acicalado como un señor.

[…] Si una pintura de aldeanos huele a grasa, a humo, a olor de patatas, ¡perfecto! […] De tales cuadros se aprende algo útil.

[…] La pintura de la vida de los aldeanos es una cosa seria y, por mi parte, me reprocharía si no tratara de hacer cuadros de tal manera que no provocasen serias reflexiones entre aquellos que reflexionan seriamente en el arte y en la vida.

[…] hay que pintar a los aldeanos como si fuéramos uno de los suyos, sintiendo y pensando como ellos mismos.

Como si no se pudiera ser de otro modo.

Yo pienso a menudo que los aldeanos son un mundo aparte, y en muchos puntos mucho mejor que el mundo civilizado. (187-189)

Y en efecto, la contemplación de Los comedores de patatas, por ceñirme a este cuadro a modo de ejemplo, transmite una sensación de verdad buscada al igual que otros dibujos y pinturas de aquellos años.

Cuando los pintores y grabadores de Estampa Popular leyeron las cartas a Théo a la vez que iban accediendo a reproducciones de sus pinturas se debieron sentir muy identificados con el pintor holandés. En los grabados más testimoniales de los años primeros de Estampa Popular la mano de Cristóbal aparece guiada por el mismo afán de predicador de la verdad de los jornaleros del campo andaluz, demacrados y escuálidos, esperando como un verdadero milagro alguna peonada que aliviara su situación. Y otro tanto cabe decir del resto de las gentes que pululan por aquellos grabados: niños pobres, ancianos campesinos, obreros fabriles…

Cristóbal. Dibujo (1964)

La simplificación y la rotundidad del trazo en los dibujos hacen que estos recuerden el moldeado que Van Gogh imprimía a los suyos influido por grabadores a los que prestó atención, algunos del pasado como Rembrandt, otros cercanos como Daumier, cuyos grabados coleccionaba y analizaba constantemente.

Xilografía. Cristóbal Aguilar
Cristóbal. La familia. Xilografía. 1962

Con el correr de los años los indicios de la admiración de Van Gogh por Cristóbal se hicieron más evidentes y sobre todo visibles en su propia pintura que se fue abriendo a representaciones paisajistas con la claridad y la rotundidad que les otorga a los paisajes andaluces la luz del Sur.

La admiración por el genial artista holandés no decrecía ni un ápice. Como solía hacer, lo homenajeó copiando uno de sus autorretratos, que regaló a su amigo rondeño José Manuel Montes. Del rostro del pintor trató de conservar en la copia las líneas más duras que marcan ya en el original el rotundo y a la vez atormentado trazo que caracteriza a las pinturas de Van Gogh en toda su trayectoria pero acentuándose aún más en la madurez.

Dibujo de Cristóbal Aguilar
Cristóbal. Retrato de Van Gogh. Sin datar

La otra evidencia de que continuaba estudiando sus pintureas se descubre en algunas de las pinturas de madurez, cuando Cristóbal se liberó un punto de su técnica casi de miniaturista –fue una de las reticencias de su estilo más constantes y a la larga una de sus marcas definitorias- y optó por una pincelada más libre y más suelta, superponiendo colores buscando que produjeran un efecto de realidad similar al de las pinturas de los últimos años del holandés.

En particular hay una acuarela con una vista panorámica de Ronda que inevitablemente me acude a la mente cuando trato de explicar este acercamiento de Cristóbal al estilo paisajístico de Van Gogh:

Cristóbal. Acuarela. Vista de Ronda. Barrio de San Francisco (2016)

Y también en sus últimos grabados, en algún momento ocurre otro tanto. Pienso en particular en los últimos homenajes que tributó a Miguel Hernández. Sobre todo en el grabado basado en una fotografía de las que le regaló Josefina cuando la visitó en Orihuela en los años sesenta: la imitación de Van Gogh se hace evidente.

Cristóbal. Miguel Hernández. Xilografía. 2014

En la fotografía que le sirvió de punto de partida, Miguel pasea por el cementerio de Orihuela por un sendero flanqueado con los plantones de unos pequeños cipreses; en un segundo plano, en la fotografía, se avistan algunos nichos, que en el grabado en cuestión han desaparecido para centrar su atención en el poeta de camina o mira hacia el frente con las manos en los bolsillos. Es en su entorno donde se produce la imitación vangoghiana: en el tratamiento de los cipreses y también en el de las nubes que surgen por encima de las colinas. Trazados unos y otras con decisión, sin entrar en detalles, sino siguiendo el impulso primario.

Fotografía regalada por Josefina Manresa a Cristóbal en 1963.

Inevitablemente traen a la mente paisajes pintados por Van Gogh en sus últimos meses como los cipreses y la luna.

Van Gogh. La noche estrellada (1889)

Cuando me mostró en Jaén en 2014 estos grabados le indiqué que me recordaban estas pinturas de Van Gogh y Cristóbal asintió complacido a mis observaciones, en realidad tan evidentes para cualquiera que mire el retrato a la vez cercano y simbólico que estaba plasmando Cristóbal de Miguel Hernández: un joven humilde, calzado con esparteñas caminando descuidado por un sendero duro jalonado de desmedrados cipreses.

Y hay una última pintura que quiero evocar aquí, cerrando este breve ensayo, que rubrica por sí sola la fascinación creciente que ejercía el genio holandés sobre su pintura paisajista. Como es sabido, Cristóbal pasó gran parte de sus últimos años en Ronda pintando vistas de la ciudad y de su entorno.

Una de aquellas pinturas, es una acuarela cuyo centro lo ocupan unas grandes matas de lirios blancos. A su alrededor se extienden otras plantas florecidas rastreras y al fondo se alzan los serrijones de la Serranía de Ronda como en tantas otras acuarelas y óleos suyos.

Cristóbal. Acuarela. Lirios del Reina Victoria (2007)

Es uno de sus últimos homenajes a Van Gogh, si no el último, tomando como referencia para el asunto los célebres cuadros con lirios suyos. Cristóbal anduvo dudando sobre el color de los lirios y ya muy avanzada al ejecución de la pintura hasta recortó y pegó algunos pétalos morados en algunas de las matas de lirios para ver qué efecto hacían. Tuve ocasión de ver la acuarela en su estudio en este estado y también hay algunas fotografías del proceso seguido y la minucia franciscana con que Cristóbal iba trasladando a su obra cada hojas y hasta cada pétalo. Sus dudas, sus vacilaciones. Al introducir los lirios morados en la probatura era como si quisiera acercar su manojo a lirios a otros tan celebérrimos del maestro holandés… Pero al cabo se impuso la representación de la realidad cotidiana más cercana y los lirios de las matas que estaba pintando tenían los pétalos blancos, cándidamente blancos.

Cristóbal. Lirios y Sierra de Grazalema (2007)

El resultado es una composición que luce bien poniendo a su lado los cuadros de lirios del pintor holandés, que lo inspiró e hizo que sus ojos se fijara en los jardines del entorno del hotel Reina Victoria de Ronda en aquellas matas de lirios donde la primavera rondeña se mostraba con todo su esplendor.

Van Gogh. Lirios (1889)

Cristóbal, excelente pintor de flores desde sus años jóvenes, logró una pieza singular, uniendo a su precisión habitual, una decidida pincelada en los tallos y hojas de los lirios, constituyendo así la pintura uno de los últimos testimonios de homenaje a un pintor que le acompañó en gran parte de su trayectoria y que asoma de cuando en cuando en sus pinturas con la discreción de los tímidos, pero también con su firmeza.

Jesús Rubio Jiménez


Sirva este sencillo y hermoso homenaje como conmemoración del 85 aniversario del

nacimiento de Cristóbal Aguilar Barea, el 29 de agosto de 1939,

en la ciudad de Sevilla.

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