Antonio Molina Flores es escritor y profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Sevilla. Ha sido también investigador y editor.
Como escritor ha publicado ensayo, poesía y teatro. Como investigador ha estudiado el romanticismo, las vanguardias y el arte y la poesía contemporáneas. Sus temas son el tiempo, la creación, la cultura popular, así como la belleza y sus restos.
Fue un buen amigo de Cristóbal y con con él, fundador de Cuadernos de Roldán, allá por el año 1988, junto a personas como Rafael Becerra, Antonio Cerrato, Francisco Núñez Roldán, Juan Ortiz, o Aurelio Alvea.
Cuando nos preguntamos si es posible un arte del pueblo para el pueblo hemos de dar algunos rodeos antes de aventurar una respuesta. Las relaciones entre lo que llamamos “arte” y las élites es bien conocida. El arte siempre ha sido un instrumento eficaz al servicio de las ideologías dominantes, casi nos atrevemos a decir, de todos los tiempos y en todas las culturas, sobre todo las que han tenido una fuerte impronta religiosa. Basta recordar en nuestro ámbito el programa de la Contrarreforma: prohibición de leer la Biblia directamente (como ya se hacía en los países de la Reforma) y compensación de esta ignorancia con una intensa actividad de difusión de imágenes ‘santificadas’: de Inmaculadas concebidas sin mácula a Serafines, Arcángeles, Tronos y Dominaciones; pasando por todas las variantes canónicas de la vida y muerte del Hijo del carpintero, iconografía de la que aún hoy vive, en ciudades como Sevilla, Valladolid o Murcia, ese expresión popular de devoción turística que llamamos Semana Santa. Los museos (templos dedicados a las Musas), como frutos del espíritu ilustrado, nacen con la pretensión de que el arte sea disfrutado por toda la población, pero resultó que las obras solo existían en las iglesias (tras siglos de encargos, con arreglo a sus distintos intereses) o en las colecciones de la familia real. Y así nacen, por ejemplo el Museo del Prado o el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Uno con la base de los Boscos, Tizianos, Rubens, Velázquez, o Goyas propiedad de los Austrias o los Borbones y el otro con los fondos cedidos o desamortizados que procedían de las numerosas iglesias o conventos de la mariana ciudad de Sevilla. Hay que esperar hasta el siglo XX para encontrar en Rusia un breve matrimonio entre revolución popular y revolución artística, desde 1917 hasta la muerte de Lenin en 1924.
Tampoco es tan fácil decir “pueblo” y pretender que todas y todos pensemos que nos referimos a lo mismo. Pero aquí defenderemos que cuando decimos pueblo siempre aparecen directa o indirectamente, dos conceptos que definen su verdadero ser: anonimato y colectividad.
Vayamos ahora a un período concreto de nuestra historia reciente. Segunda mitad del siglo veinte, durante la dictadura franquista, y veamos qué ocurría en el panorama del arte en las dos décadas que van de 1960 a 1980, es decir, de la tímida apertura del régimen a los mercados internacionales del arte, con la entrada de algunas corrientes artísticas (pocas) y la participación de algunos artistas patrios en muestras internacionales (pocos). Picasso era todavía un artista francés prohibido en España.
Después de 1945, el eje del arte internacional pasa de París a Nueva York. Europa ha quedado devastada tras la guerra y los movimientos herederos de las primeras vanguardias hacen furor en América del Norte. No es casual que el movimiento, tal vez más importante, y el primero puramente norteamericano sea el “Expresionismo Abstracto”, un híbrido impensable décadas antes en Europa, en la que el Expresionismo había sido una vanguardia centroeuropea, fundamentalmente en Alemania y Austria, siempre figurativo; y la Abstracción un movimiento ligeramente espiritualista, con una genealogía completamente diferente que podemos resumir en los nombres de Hilma af Klint, Kandinsky, Mondrian o Malevich. Después vendría el Pop Art (popular art), tan importante en nuestro relato, precisamente como contrarrelato.
ESTAMPA POPULAR
Un grupo de artistas, la mayoría nacidos en torno a 1930, es decir, que habían vivido la Guerra Civil y conocido la represión de los años cuarenta y siguientes, empieza su vida civil y política, una vez terminada su formación, con la conciencia clara de que había que luchar contra el Régimen y deciden hacerlo desde dentro, en la clandestinidad política y poniendo el arte al servicio de sus ideas, transformando de paso la misma idea de arte. Surge así, en torno a José García Ortega, responsable de organización de los artistas plásticos del Partido Comunista de España un movimiento que se llamó “Estampa Popular”. Siguiendo una visión federalista del Estado o tal vez los azares de todo movimiento, se establece una Red con muchos nodos: Madrid, donde está José Ortega; Sevilla y Córdoba; Valencia; Vigo (Galicia); Barcelona (Cataluña) y Bilbao (Vizcaya). Afortunadamente, en los últimos años, este movimiento está siendo conocido, a través de exposiciones permanentes en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y por trabajos de investigadoras como Noemí de Haro García. Pero todo esfuerzo de difusión es poco si tenemos en cuenta que se trata de un movimiento popular y revolucionario que se desarrolla contra el régimen franquista. El alcance de estas acciones pueden parecer pocas al actual analista, y tal vez, parecerle excesivo el calificativo de “revolucionario” pero hay que conocer el aparato represor del régimen, su red de soplones y delatores, la cárcel, el exilio y la muerte civil de quienes se atrevían a desafiar el orden imperante.
Con idea de que el arte pudiera ser difundido la técnica principal que va a cultivarse es el grabado, porque permite tiradas amplias y se facilita así el acceso a las obras. Los motivos son muy variados pero predominan las figuras humanas, casi siempre ligeramente expresionistas, que nunca habían sido objeto ni sujeto del arte: trabajadores y trabajadores, jornaleros, campesinos, obreros de fábricas, marineros… Y no se destacan ni los nombres de los protagonistas ni los rasgos distintivos, más bien se subrayan las similitudes, de modo que hay un cierto “aire de familia” en toda la producción de Estampa Popular, sean sus obras producidas en Sevilla, Valencia o Vigo. La sobriedad, la monocromía, la austeridad no son solo rasgos de un estilo artístico, son cualidades morales y hablan de un compromiso político con los menos favorecidos de una sociedad en ruinas, cuando no los directamente excluidos o maltratados.
Es fácil entender que se trata de un movimiento que luchaba contra un arte comercial y contra la figura del artista individual, glorificado hasta el éxtasis por el régimen capitalista. No hay ingenuidad en la propuesta. Por eso se buscan lugares de exposición alternativos: fábricas, centros culturales, ateneos y se huye, al menos inicialmente, de galerías de arte y museos. Tal es la coherencia interna del movimiento, movidos por la fe en la lucha y el compromiso político con un pueblo que sufre. Por eso mismo se adoptan estrategias colectivas, acercándose al trabajo de los artesanos. Las exposiciones son asimismo colectivas y se colabora con poetas y narradores. Se hacen grabados pero también carpetas con dibujos y poemas, folletos, carteles, hojas volanderas, etc.
Todas estas acciones dentro de un ambiente general de camaradería y complicidades múltiples: son años de estudio, viajes, investigaciones, entrevistas, visitas a los artistas y poetas de otras generaciones que son ahora un referente, como es el caso del poeta Marcos Ana cuando sale de la cárcel o de Marino Viguera, también de algunos compañeros de viaje que van volviendo del exilio. De tal modo que podemos decir que las carreras de los artistas son colectivas, no solo porque se exponga en grupo, sino porque serán los menos los que, a la vez, desarrollen una carrera en solitario. Podemos observar también una cierta épica del anonimato. Anónimos suelen ser los personajes que sirven de modelo -aunque haya excepciones como los retratos de Cristóbal del Che Guevara o de Antonio Machado- porque anónimo es el pueblo y porque se milita contra un sistema de estrellas del arte, que el capitalismo propicia.
Aunque el Pop Art es mucho más complejo de lo que una caricatura rápida pudiera destacar, recordemos el libro de Andy Warhol, Mi filosofía de la A a la B y de la B a la A. El gran artista americano, de origen europeo, después de cambiar su apellido para borrar el rastro de la inmigración, escribe un tratado en el que muestra a las claras las cartas marcadas de su filosofía, que no son otras que las del propio sistema y dice directamente que lo que persigue, porque es lo único importante, es Fama y Dinero. Lo único que no encaja en este sistema perfecto es la muerte, por eso el artista llega a obsesionarse y dedica series a las catástrofes aéreas o a la silla eléctrica. Sin embargo, el pueblo no muere, Podrán morir, como todos los seres vivos, los individuos, pero el pueblo, no; ni siquiera han logrado los más poderosos que desaparezca en momentos críticos, como la planificación sistemática de su exterminio. Y tenemos múltiples ejemplos en la Historia y hoy mismo la historia se repite en Gaza.
Paradójicamente el anonimato no solo era entendido como una virtud artística sino que, en cierto modo, era también una necesidad de la vida política. La clandestinidad, el anonimato, el pasar desapercibidos. En un informe interno dando cuenta de las actividades del grupo de Estampa Popular en Sevilla se dice, como advertencia peligrosa que eran demasiado simpáticos y ruidosos, lo que podría levantar sospechas. Por eso algunos artistas llegan incluso a prescindir de su apellido para evitar convertirse en una marca y ser uno más del pueblo: Cristóbal, Nicomedes.
Estampa Popular también tuvo compañeros de viaje en este periplo que dura dos décadas, aproximadamente desde 1960 a 1980, como ya hemos dicho. Las afinidades más persistentes son las que unen por una lucha común contra la dictadura, es el caso del Equipo Realidad o el Equipo Crónica, la cercanía de Antonio Saura, perteneciente al grupo El Paso o Agustín Ibarrola y José Duarte, miembros del Equipo 57.
Pero si observamos bien veremos que hay algo más, que ya se ha ido señalando, y en casi todos los ejemplos hay, a la vez, anonimato y trabajo colectivo. El Equipo 57, grupo fundamentalmente cordobés formado en París, que la crítica podría encuadrar dentro de la Abstracción geométrica, formado por artistas y arquitectos cercanos al Constructivismo, tanto en las pinturas como en las esculturas, es un grupo sin individualidades, que trabaja en equipo y firma siempre del mismo modo: “Equipo 57”.
En el caso de Sevilla los componentes iniciales son Cristóbal Aguilar, que firmará siempre “Cristóbal”, Francisco Cortijo y Francisco Cuadrado. El grupo se formó a partir de una reunión en París con José García Ortega, que animó a Cristóbal a trabajar especialmente la xilografía y el linograbado. Después se incorporaría el escultor Nicomedes, el pintor Claudio Díaz y el grafista y tipógrafo Manuel Baraldés.
Todos ellos se consideran trabajadores del arte, currantes, como los compañeros del metal, de la alfarería o de las Artes Gráficas. Luchan contra el elitismo y militan contra el arte comercial. Han aprendido bien la lección de la Bauhaus de que todo arte es artesanía y toda artesanía arte. Quieren ser, de un modo consciente, en palabras de Agustín García Calvo, “lo que queda de pueblo”. Por eso no podemos olvidar su lección, porque no es coyuntural ni respondía a intereses oscuros, sino que es una lección clara, comprometida y permanente. No fue solo una lucha “histórica”: es la lucha. Hoy han cambiado algunos elementos del tablero, pero el ajedrez es el mismo.
Artículo aparecido en el suplemento cultural El Mono Azul, de Mundo Obrero, en marzo de 2024.
Sirva esta entrada al BLOG como conmemoración del aniversario
de la proclamación de la II REPÚBLICA ESPAÑOLA,
el 14 de abril de 1931.