«Pintor antes que nada. Soy, por encima de todo, pintor.»
M. Pérez Aguilera
En el primer aniversario de la muerte de Cristóbal, quiero rendirle un humilde homenaje a través de la figura de un pintor muy especial.
Cristóbal tuvo en su vida artística y académica dos grandes maestros. Uno de ellos fue Jesús Fernández Barrio, con quien aprendió su especialidad de la Escuela, el grabado. El otro referente fue Pérez Aguilera; don Miguel, como lo solía llamar él.
Con este último tuvo una gran relación desde que fueran profesor y alumno en la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, de Sevilla. Amistad que fue cultivada hasta el final de la vida del maestro, allá por el año 2004, cuando tenía 89 años.
Miguel Pérez Aguilera nació en Linares en 1915. El deseo permanente de ser pintor, en una familia sin contacto alguno con el mundo de la pintura, su paso por la Escuela de Artes y Oficios de Granada-siendo apenas un adolescente, al igual que Cristóbal, que a los 11 años ingresó en la de Sevilla-y su posterior traslado a Madrid, donde estudia Bellas Artes en la Escuela Superior de San Fernando, convierten su sueño infantil en realidad.
En 1946 llega a Sevilla, tras obtener la Cátedra de Dibujo del Natural en la Escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría. Tras su jubilación, fue nombrado Catedrático Emérito, cargo que ejerció hasta el momento de su muerte.
Cuando llega a esta ciudad, con treinta años, y según sus propias palabras, afirma: «encuentro un clima completamente conservador, una serie de figuras, petimetres, pequeñas figuras, pero muy figuras, figurones enormes».
El ambiente artístico e intelectual de Sevilla era rancio y estancado en una estética muy clásica y costumbrista. En este sentido, su intención fue siempre regresar a Madrid, donde formaba parte de la Joven Escuela Madrileña; era una vanguardia relativa, era poco más que Vázquez Díaz y Utrillo.
En alguna entrevista, comentaba: «lo más que podíamos hacer era un expresionismo, sin conocer el alemán, o un durísimo concepto del volumen. No habíamos visto nada y además teníamos un sentido muy conservador de la vida. Sabíamos nombres, Kokochka, Van Gogh, Gauguin, pero ver pintura, no. Mondrian expuso por primera vez en París, casi en los sesenta; no les interesaba, se reían de esa pintura mimética delimitada a planos y líneas horizontales y verticales. Éramos admiradores de Vazquez Díaz, Nonell y toda la pintura francesa que no empecé a conocer hasta 1948, que lo pasé en París. Nos llamaban afrancesados y Picasso era para ellos la negación. Cuando podía me iba a Madrid, París, Italia, siempre con la esperanza de marcharme de Sevilla, aunque no lo conseguí: trabajo, familia, casa…» Prosiguiendo con su propio relato sobre el clima pictórico de la ciudad de aquellos años, comenta lo siguiente: «me agobia por completo, aunque pinto felizmente retratos de niños, de hecho tengo en la memoria el año 1953 como uno de los más felices de mi pintura, pero llegó un momento en que me preguntaba dónde estaban mis posibilidades como creador». Hasta esas fechas, sus cuadros eran neocubistas, es lo que hacía Vázquez Díaz. Era una pintura de solidez en los planos, de gamas grises, color entero y dibujo preciso. En Francia se empapó en toda su extensión de la pintura contemporánea y aquello dejó huella en su posterior trabajo creativo. Su pintura se hizo más etérea y sutil, más espontánea. En alguna entrevista comentó que era más bello un boceto que una obra terminada. «Prefiero un bodegón de Cézanne en el que veo cantidad de superficies sin realizar, que otro de Zurbarán, a pesar de que este último me gusta». Tras un periodo de crisis que duró unos cuatro años, estuvo investigando. Pérez Aguilera comentaba: «sentía insatisfacción y me veía acabado; no me me seducía lo más mínimo seguir pintando una traslación del natural al cuadro y a cada momento me daba cuenta de que evolucionar no es tarea fácil». Después de mucho trabajo de investigación, su búsqueda le llevó a algo de lo que estaba seguro no existían antecedentes. «Entonces encontré mi futuro, desligado intencionalmente de la figuración». Este paso a la abtracción le acarreó a Pérez Aguilera aún mayor incomprensión en el ambiente pictórico de Sevilla. Fue desplazado y injustamente castigado por la clase artística influyente. Según comentó él mismo ya en su avanzada madurez, y en más de una ocasión, «las únicas satisfacciones las he tenido de los alumnos, he aprendido mucho de ellos, muchas cosas que he visto en ellos han pasado a mi, sin darme cuenta. Les he dado un método pero me han enseñado bastante y después, con muchos de ellos la relación ha sido muy cordial. Todas las satisfacciones durante estos cuarenta años han sido de ellos, los cinco homenajes que me han hecho; de los demás, no he recibido más que patadas». Cristóbal fue uno de esos alumnos con los que Pérez Aguilera mantuvo una bonita relación a lo largo de su vida. Se admiraban mutuamente. Eran frecuentes las visitas de Cristóbal a su estudio en el barrio de Los Remedios de Sevilla y también a su casa, en la que siempre era bien recibido por su mujer, Salud. Yo mismo recuerdo algunas de esas ocasiones en las que acompañaba a mi padre. Siempre le decía que cuando fuera a ver al maestro, me llevara consigo, y así lo hacía de vez en cuando. Recuerdo cariñosamente algunas de estas visitas, cuando mi padre le pedía alguna obra para alguna exposición colectiva, como la del Homenaje a Joaquín Peinado, en Ronda en 1979, o aquella exposición en el Instituto de Bachillerato Gustavo Adolfo Bécquer de los años 80. Siempre lo hacía de muy buen grado. Íbamos a su casa, nos dejaba seleccionar la obra. Abría sus armarios donde guardaba sus lienzos y nos los iba enseñando y comentando con toda su maestría de gran profesor. Era muy difícil elegir. Era un maravilloso mundo de color, de formas, de matices, de reflejos, de conceptos… Fruto de esa amistad, a lo largo de los años, entre ambos hubo un continuo intercambio de obras. En el año 1964, cuando Cristóbal se marchó a Ronda a impartir clases de dibujo, Pérez Aguilera le regaló uno de sus primeros cuadros abstractos. Se trata de un óleo sobre tabla de madera que acababa de terminar ese mismo año. En él se pueden observar los trazos libres y expresivos de su pincel, con mucha pasta de color. Una bella composición con tonos oscuros -marrones, ocres, negros-, entre los que destacan algunas manchas de amarillos y ciertos trazos azules. En esta ocasión, a cambio, Cristóbal le regaló a su maestro un óleo de la época de Estampa Popular, con la temática de sus grabados. El motivo era una reunión de hombres en la plaza de un pueblo. Este cuadro se conserva enmarcado en casa de Marta, una de las hijas de Pérez Aguilera. En la esquina inferior derecha se puede observar la dedicatoria. Su otra hija, Cristina, me envía una foto de un rincón de la casa de D. Miguel en el que se encuentra enmarcada una xilografía original (48/150) con la imagen de Miguel Hernández, que Cristóbal le dedica a su maestro. Con posterioridad, unos años después, D. Miguel le regaló uno de sus óleos de niños de la posguerra. Se trata de un muchacho sentado en un poyete. A su lado derecho se puede ver, esbozada, la silueta de otro niño. Este murió a los pocos días de comenzar el cuadro y Pérez Aguilera lo dejó apuntado con líneas, en homenaje al chaval. Pérez Aguilera buscaba a los niños para sus cuadros por las calles de Sevilla, por su barrio. Eran los años duros y de escasez de la posguerra. Para ellos era una diversión posar para «el pintor» y este le ofrecía un bocadillo o alguna otra cosa de comer. Desde aquellos años de estudiante, Cristóbal recibía por Navidad una felicitación muy especial de su maestro. Eran aguadas, collages, gouaches o pequeños dibujos a tinta iluminados con color, muy sencillos pero en donde se reflejaba el dominio del dibujo y la sensibilidad del maestro. Eran de los pocos trabajos figurativos que Pérez Aguilera llevaba a cabo una vez que decidió centrar su obra en la abstracción. Estas pequeñas joyas eran recibidas con gran devoción por Cristóbal, que las guardaba a buen recaudo junto al resto de felicitaciones navideñas que recibía de distintos amigos, profesores o alumnos, a lo largo de toda su vida. A continuación mostramos algunas de estas pequeñas obras del maestro Pérez Aguilera. A la memoria de mi padre, en el primer aniversario de su muerte, y a la de su gran maestro, Pérez Aguilera, que merece todo el reconocimiento artístico a una gran obra y a una trayectoria docente ejemplar. Mi agradecimiento a Cristina y Marta, las hijas de D. Miguel Pérez Aguilera, las cuales, cariñosamente, me han facilitado algunas fotos y datos que aparecen en esta publicación. Bibliografía:
10 comentarios en «D. Miguel Pérez Aguilera, el gran maestro de Cristóbal»
Querido Luis:
oportuno y hermoso como de costumbre este homenaje a maestro y discípulo. Me habló mucho de él.
Para mi especialmente emotivo conocer un óleo nuevo de la época de Estampa popular con esos estilizados hombres del pueblo y también estampas de las que no tenía noticia.
Un abrazo y felicidades
Jesús Rubio
Muchas gracias Jesús, me alegra que te guste. Yo tampoco conocía ese cuadro, aunque si su historia; fue al ponerme en contacto con las hijas de D. Miguel cuando lo descubrí. Un abrazo
Yo también conservo todas las felicitaciones navideñas que Cristóbal nos entregaba personalmente a sus amigos. Siempre lo recordaré
Gracias Daniel; afortunadamente son muchos los amigos que las conservan con cariño. Me alegra saludarte.
Un abrazo. Salud
Yo también conservo, como oro en paño, todas las felicitaciones navideñas que sin faltar un sólo año nos mandaba ¡a tantos amigos! (Lo recuerdo, literalmente, cargado de sobres con dichas felicitaciones que días antes de las Navidades se dedicaba a distribuir en mano a los que podía, o vía postal a los más lejanos.) Me consta que son muchísimas las personas que, al igual que yo, los atesoran con gran cariño.
Ahora conozco de dónde le venían esos emocionantes detalles.
Gracias, otra vez, Maestro.
Efectivamente, así es Juan Antonio. Fueron muchos años de pequeños grabados y dibujos para sus amigos. Un abrazo
Entrañable homenaje, en fecha tan señalada.
Evidentemente esa admiración y veneración por su Maestro, que Cristóbal tuvo presente en todo momento y hasta el fin de sus días, evidencian algunos de los rasgos que le adornaban. También, un agradecimiento infinito. Y es que todos, y los grandes más… caminan a hombros de gigantes…
E incluso, después de que nos han dejado, podemos seguir creciendo a la sombra de su ejemplo.
Gracias, Maestro.
Siempre nos quedará en la memoria su obra y su ejemplo. Gracias Juan Antonio
Hermoso el homenaje que le haces a tu padre, como hermosa es su obra y la de su maestro. Gracias por acercarnos el arte de ambos de una forma tan amorosa!
Gracias Esther, es una obligación moral difundir el legado de mi padre y que mejor manera que honrar también la memoria de su gran maestro, Perez Aguilera.